Cuando el buen-rollismo justifica todo

Jocker - Jack Nicholson

Todos hemos tenido alguna vez a un compañero de esos que son vistos como profesionales, serios, responsables, con buena imagen y, al mismo tiempo, capaces de generar muy buen rollo en su entorno de trabajo.

Ese tipo de compañero que transmite seguridad y te da vía libre a sacar lo mejor de tí, de forma relajada.

Es admirado por altos cargos de la empresa por su productividad y, al mismo tiempo, tener el sentido del humor necesario para alegrarles el día a día.

Genera buen rollo y se rodea de un grupo fiel que le respalda y alaba su ingenio, cuando de bromear se trata.

Es plenamente consciente del buen ambiente que crea y lo alimenta cada día con dosis de seriedad profesional y algún que otro comentario ingenioso. Con lo que mantiene su grupo contento y, de paso, le da un plus a su concepto de sí mismo.

En las situaciones incómodas, con el buen rollo, puede oponerse a una idea o pedir algo de forma directa, sin formalismos ni eufemismos. Sobreentiende que, con él, siempre estaremos en el contexto del buen rollo.

Considera que todos nos movemos en ese ambiente de buen rollo, lo que le permite decir, sin temor a que nadie se ofenda, cosas como: “¿Qué mierda estás haciendo?”, “¡No entiendo cómo no lo has hecho ya!” o “¡Eso no hace falta que lo leas!”. Porque cree que el respeto y la prudencia se considera implícito en él.

Cuando llega a ese nivel, si la situación lo permite, suele subir otro escalón y juega a ridiculizar (sin que él considere que lo está haciendo) al compañero que considera que nunca se ofenderá. Cree que el resto de compañeros tienen la misma percepción de la situación y todos acabarán riéndose.

Puede dar golpes o hablar más alto que el resto. Cree que todos piensan que (en el fondo) es buena gente.

Todos estos comportamientos, suelen tener como base una personalidad en la que ser el centro de atención es un motivo de disfrute.

Es un compañero que critica a otros porque piensa no estar haciendo nada más malo que los que le están escuchando. En el momento, se siente el centro de atención o, incluso, líder del grupo.

A veces, interpreta el papel de jefazo, con chasquidos y llamadas de atención en público. Porque, ¡total!, todos piensan que es buena gente y (se sobreentiende), que no lo hace con mala intención.

Se envuelve en su aura de buen-rollismo para que nadie pueda pararle. A veces, ni su propio jefe.

Dentro de esa burbuja de seguidores y ego, los límites son cada vez más difusos. Y, en muchos casos, desaparecen.

Su ego es tal, que hasta fuera del trabajo se regocija con su propia forma de ser y llega a aprovecharla para hacer humor de lo que ocurre en su día a día. Piensa que es comedia. ¡Total!. ¿Quién va a denunciar algo que se dice “de buen rollo”?.

El ego le nubla y hace ajeno a la realidad que le rodea. Y, como dijo aquel, la “ignorancia es atrevida”, y puede llegar a pensar en compartir públicamente los mismos comentarios e ideas que usa en el trabajo.

Dentro o fuera del trabajo. En persona, vía Whatsapp, Facebook, Twitter… donde sea. Siempre que sienta estar en un contexto laboral y rodeado de quienes tienen un carácter similar o que, simplemente, le ríen la gracia, sigue su comportamiento.

Para ponerle imagen a este tipo de personas “en su salsa”, podemos ver el vídeo del siguiente enlace:

https://twitter.com/dmktmalaga/status/941381943211544576

Se trata de un video en el que un tipo de Marketing hace un “show” repartiendo palos con buen rollo.

Con tono de humor, intenta ridiculizar el uso de herramientas para la organización de proyectos y formas de trabajo, con algún que otro “puta mierda” y tecnicismo, para aparentar que domina el tema del que habla. Hasta tal nivel, que puede permitirse bromear sobre él.

Ridiculiza cualquier forma de trabajar diferente a la suya. No importa que estén demostradas las ventajas de otras. Lo importante es mantener la forma que a él le ha funcionado siempre. Lo que los demás piensen, no va con él.

Todos sus argumentos están entre el humor y el enfado. Entre la gracia y la ironía. Entre la verborrea callejera y los tecnicismos. Entre el sentar cátedra y el sentido común. Entre la simpatía y lo desagradable. Entre el respeto y la ignorancia. Entre la cara dura y la humildad. Entre la seguridad y la vergüenza ajena.

Un claro ejemplo de buen-rollismo que deja entrever el alto nivel de frustración en el que este tipo de personas vive. Las ganas de desahogarse. De ser escuchados. Y cómo pueden llegar a perder la conciencia de que disfrazar sus inseguridades con humor, no les sirve de nada.

Personajes que aparecen (por suerte) esporádicamente en nuestra trayectoria profesional, pero que ahí están y cumplen ese patrón de conducta. Lo que los hace fácilmente identificables.

En definitiva, una actitud de buen rollo que, para ellos, justifica todo.